Lubumbashi tiene “oficialmente” un millón y medio de habitantes pero no
hay forma de saber cuál es la cifra exacta porque según he oído en la maternidad, muchos padres no inscriben
a sus hijos en ningún registro; la escolarización no es obligatoria, así que es
difícil controlar el número de habitantes reales que hay. A esto se suma que
los congoleños no tienen documento de identidad; por increíble que nos pueda
parecer, el único documento acreditativo es una tarjeta de elector que se
expide cada vez que hay elecciones para reelegir (por supuesto) a Kabila.
Por tanto la cuidad es una amalgama de vehículos y personas que parecen
estar continuamente desplazándose de un lado a otro, ya sea a pie, en
bicicleta, en coche, en moto, en camión,…
Cada día nos tenemos que desplazar al barrio de la Katuba Upemba para
ir a la maternidad, de modo que antes de las siete de la mañana nos sumergimos
de lleno en ese caos circulatorio.
Algunos vehiculos necesitan una pequena revision |
Para empezar, reseñaré que aquí se conduce como en Europa, por la
derecha pero (y ya empezamos mal) la mayoría de los coches tienen el volante
también a la derecha porque se compran a países que los fabrican para conducir
por la izquierda. Vamos, que el conductor para adelantar tiene que asomarse
completamente al centro de la carretera o fiarse de lo que su ayudante (que en
los transportes públicos lleva más de medio cuerpo fuera del vehículo) le vaya
indicando ya sea con gritos o dando palmadas en el techo del vehículo, que
suenan como una campana de lata.
Por otra parte tengo que añadir que hay dos cruces con semáforos en el
largo recorrido de cada día, pero deben ser para darles un toque de color a las
calles porque todos hacen caso omiso, de manera que cuando está rojo no hay que
detenerse así como así por si los de atrás no consideran que hay que pararse
por esa tontería de nada y se estampan contra nosotros. Y cuando está verde,
evidentemente tampoco porque, por muy religioso que sea este pueblo, hay que
tener ya un exceso de fe para pensar que los que vienen del otro lado se van a
parar por una insignificancia tal como un semáforo en rojo. Pero eso sí, en el
centro de la ciudad han colocado un robot que regula el tráfico que, -serán
cosas de la novedad-, parece que da resultado y además entretiene con sus
movimientos a todos los que pasan por allí.
Robot regulador del tràfico en el centro de Lubumbashi |
Aparte de eso, las señales de tráfico aquí deben estar aún por
descubrir pues sólo he visto un par de stops y de cedas el paso. El stop
congoleño es un tanto especial pues, a juzgar por lo que he podido comprobar de
primerísima mano, consiste en llegar al cruce y acelerar al mismo tiempo que se
toca el claxon. Siempre aprendiendo cosas.
Una mina de cobre que hay casi en la misma ciudad, genera un volumen
ingente de tráfico de camiones que parecen grandes elefantes adelantados por
todas partes por pequeños animalillos que son los demás vehículos. Debo admitir
que nunca había visto un camión de estas dimensiones tan cerca como lo he
podido ver algunos días (en marcha por supuesto) desde mi privilegiado puesto
montada en un Dubay.
Y aquí quería yo llegar: al Dubay, la estrella de los transportes.
El Dubay, la estrella de los transportes |
Es un vehículo o furgoneta, cuya procedencia la mayoría de las veces es
de esa ciudad, de ahí su nombre. No podría aventurarme a decir de qué marca son
pues, si alguna vez la tuvieron, ya no queda constancia por ninguna parte. Al
llegar aquí recién comprados empieza todo un proceso de “tuneo” para adaptarlos
a lo que será su objetivo: el transporte de personas; estas personas pueden ir
acompañadas de alimentos, utensilios domésticos, cajas de pollitos o de pescados
congelados, gallos,…
Detalle del interior |
Para tunear convenientemente un dubay, lo primero que hay que hacer es
quitarle los asientos de fábrica, pues ocupan demasiado y en su lugar se
colocan dos filas de banquitos estrechos con un tablón como asiento. En la
parte de atrás se colocan similares banquillos a ambos lados, todo lo cual
permite alojar a unos dieciocho o veinte pasajeros más el conductor, más un
amable cobrador que además se encarga de abrir la puerta a los que van bajando,
de hacer las indicaciones oportunas al conductor en determinadas maniobras que
así lo requieran como adelantar, dar marcha atrás,…
Si te toca montar en el primer banco, las rodillas descansan sobre el
motor, con el consiguiente calorcito añadido; si es en el banco de atrás,
entonces las rótulas se clavan en el de delante y los de la parte posterior ya
te permiten poner los pies sobre la rueda de repuesto a modo de escabel o
entretenerte con los diversos elementos
que los pasajeros transportan y que ya he mencionado más arriba. Pero sin duda
el lugar más privilegiado es junto al conductor pues te permite constatar desde
un sitio privilegiado todos los detalles de la conducción de la ciudad, ver
como esquivan los peatones, cómo estos saltan para no ser atropellados, cómo se
acelera en un cruce, cómo se adelanta por la derecha, cómo se zigzaguea para
alcanzar menos baches, en fin, te permite hacer un estudio de cómo las leyes de
la física aquí no funcionan y cómo se crean espacios donde no los hay como si
de un universo en expansión se tratara, convirtiendo una carreterita estrecha
en una vía de tres o más carriles. O también cómo para evitar un atasco, de
pronto aparecen vías de escape donde no te habías dado ni cuenta de que podía
haber un camino transitable. ¡Toda una experiencia!
Viajar en estos vehículos es toda una aventura pero he de confesar que
me gusta porque me hace sumergirme de lleno en la vida de los congoleños y
observar muchas situaciones que nunca habría podido sentir si no hubiéramos
usado este medio de transporte tan peculiar. Como turista nunca habría sentido
la cercanía de la gente; todos se extrañan de ver a unas mujeres blancas
montadas en sus dubays y les resulta divertido; a veces sus manifestaciones son
casi aspavientos y llegan a resultar incómodos pero creo que ellos se están
acostumbrando cada mañana a vernos a nosotras igual que nosotras a ellos.
El precio además es muy asequible para ellos; cada tramo vale entre 200
y 300 francos congoleños, lo que equivale a 20 o 30 céntimos de euro. Aunque en
tiempo de lluvias o cuando el tráfico es muy denso, el precio puede subir hasta
los 500 francos.
Todo tipo de negocios se despliega en nuestro recorrido |
Para ir a la maternidad, como decía más arriba, cada mañana cogemos a
la puerta de la pequeña capilla de los jesuitas el primero de ellos, que nos
deja en una parada intermedia en la que siempre hay un tumulto de personas y
coches; ahí nos bajamos y como las calles son a veces una carrera de obstáculos
y las aceras apenas existen, casi no podemos alzar la vista del suelo, vamos
caminando Adriana y yo, siempre guiadas por Midi hasta otra parada en la que
tomamos el segundo. Nos bajamos de este al final de su recorrido, descendemos y
entonces emprendemos un largo camino a pie hasta la maternidad; ese recorrido
está plagado de coches, personas, pequeños negocios, puestos de venta de
tarjetas de móviles, gasolineras ambulantes, pollos que corren entre las
piernas de las personas y que beben agua en los regueros que hay por todas
partes, talleres mecánicos con coches desmontados en mitad de la calle y
mecánicos a los que solo se les ven asomar las piernas, herreros que hacen sus
soldaduras originando fuegos artificiales a nivel del suelo con sus chispas, niños
que venden refrescos, peluquerías al aire libre, puestos de frutas y verduras
que nunca antes había visto, tenderetes de zapatos y ropa de segunda mano,
mesas con discos de música, zapateros arreglando calzados, barbacoas
improvisadas sobre un bidón, mujeres con su género para vender sobre la cabeza
y sus bebés a la espalda, trapos tendidos en el suelo con montoncitos de
caramelos, limpiabotas, altavoces con música de todo tipo, o bien grabaciones
de voces que atraen adeptos a sus sectas (aquí hay muchas de ellas),…
Todo ello
conforma un hervidero de vida que no se parece a nada que yo hubiese visto o
escuchado antes pero que entra por todos los sentidos y te llena de luz, de
color, de olores, de sonidos, y, presidiendo todo esto, un fino polvo rojo que
es la tierra del Congo en la época seca, que penetra por todas partes, que se
respira, se parpadea, se palpa y se mastica.
Todo este mundo se despliega ante nosotras cada mañana y es la antesala
de nuestra llegada a la maternidad, donde un mundo completamente nuevo espera
cada día para ser descubierto, para ser disfrutado y para ser sufrido, para
hacerme sonreír y alzar la vista al cielo pero, también, muchas veces, para
hacerme llorar.
Tus comentarios como a mi me hacen llorar,es incomprensible,que en el siglo que estamos,existan países en tan lamentables condiciones,aunque los vemos en la tele,y los escuchamos en los medios de comunicación.no es como tu lo estas viviendo,esos peldaños te están costando trabajo subirlos,animo y cuídate,muchos besos de Marieta.
ResponderEliminarHola hermanita. Que control de población más inexacto, yo pienso que en parte debe ser porque el estado ayuda entre poco y nada a las familias. Aquí si no hubiese subsidios, no tengo muy claro que toda la población estuviese censada.
ResponderEliminarDeben los conductores tener una pericia importante, si de por sí es difícil conducir con un trafico denso, me imagino que con el volante en el lado contrario, ha de ser una odisea. No me extraña que hayan colocado un robot para la gestión de tráfico, dudo mucho que ese ofreciesen agentes de forma voluntaria para poner orden en el caos.
El Dubay me suena como sacado de una película de Berlanga, Debe ser toda una experiencia, no solo viajar, sino también conducirlo. Nos quejamos aquí porque en la ITV nos hacen volver porque hay una luz fundida, porque el nivel de aceite no es el adecuado... me imagino que no hay un organismo similar por allí, y si lo hay, no creo que los controles sean muy exhaustivos. Me queda el consuelo de que es un transporte económico (siempre que no sea invierno).
Menudo mercado de gente y objetos, debe ser como un mercadillo ambulante de negocios fijos, pero más concentrado de lo normal. eso de dividir las calles en profesiones, pasó de lejos con estas gentes.
Se fuerte hermana, una maternidad, y más en un país como en el que estás, no debe un lugar aséptico para los sentimientos.
Sube fotos si puede, no me llega la imaginación a ver el mercado, el Dubay, y menos aun el tráfico de la ciudad.
ResponderEliminarUn abrazo, cuídate
¡Que barbarité! ;-) para que luego Fdo. Alonso presuma de la carrera de ayer y de su segundo puesto en el podium. ¡Esto sí que es sortear el peligro! y no cada dos o tres semanas sino ... ¡a diario!. Josefina, nos dejas boqui-abiertos con la versatilidad de esos curiosos "dubay", aunque lo que aun me molesta en los ojos es el NEÓN de los grandes "rótulos luminosos" que podemos observar en tu fotos (farmacia y otras tiendas).
ResponderEliminarToda una experiencia esta de desplazarse por Lubumbasi. Para los que creíamos que en cuanto a tráfico y adrenalina ya lo habíamos vivido todo montando en TAXI en Estambul veo que estoy muy equivocado, ¡esto es con creces mucho más fuerte!. Un abrazo desde Matalascañas!