miércoles, 23 de julio de 2014

Desplazarse por Lubumbashi


Lubumbashi tiene “oficialmente” un millón y medio de habitantes pero no hay forma de saber cuál es la cifra exacta porque según he oído  en la maternidad, muchos padres no inscriben a sus hijos en ningún registro; la escolarización no es obligatoria, así que es difícil controlar el número de habitantes reales que hay. A esto se suma que los congoleños no tienen documento de identidad; por increíble que nos pueda parecer, el único documento acreditativo es una tarjeta de elector que se expide cada vez que hay elecciones para reelegir (por supuesto) a Kabila.





Por tanto la cuidad es una amalgama de vehículos y personas que parecen estar continuamente desplazándose de un lado a otro, ya sea a pie, en bicicleta, en coche, en moto, en camión,…














Cada día nos tenemos que desplazar al barrio de la Katuba Upemba para ir a la maternidad, de modo que antes de las siete de la mañana nos sumergimos de lleno en ese caos circulatorio.


Algunos vehiculos necesitan una pequena revision

Para empezar, reseñaré que aquí se conduce como en Europa, por la derecha pero (y ya empezamos mal) la mayoría de los coches tienen el volante también a la derecha porque se compran a países que los fabrican para conducir por la izquierda. Vamos, que el conductor para adelantar tiene que asomarse completamente al centro de la carretera o fiarse de lo que su ayudante (que en los transportes públicos lleva más de medio cuerpo fuera del vehículo) le vaya indicando ya sea con gritos o dando palmadas en el techo del vehículo, que suenan como una campana de lata.



Por otra parte tengo que añadir que hay dos cruces con semáforos en el largo recorrido de cada día, pero deben ser para darles un toque de color a las calles porque todos hacen caso omiso, de manera que cuando está rojo no hay que detenerse así como así por si los de atrás no consideran que hay que pararse por esa tontería de nada y se estampan contra nosotros. Y cuando está verde, evidentemente tampoco porque, por muy religioso que sea este pueblo, hay que tener ya un exceso de fe para pensar que los que vienen del otro lado se van a parar por una insignificancia tal como un semáforo en rojo. Pero eso sí, en el centro de la ciudad han colocado un robot que regula el tráfico que, -serán cosas de la novedad-, parece que da resultado y además entretiene con sus movimientos a todos los que pasan por allí.

Robot regulador del tràfico en
el centro de Lubumbashi
Aparte de eso, las señales de tráfico aquí deben estar aún por descubrir pues sólo he visto un par de stops y de cedas el paso. El stop congoleño es un tanto especial pues, a juzgar por lo que he podido comprobar de primerísima mano, consiste en llegar al cruce y acelerar al mismo tiempo que se toca el claxon. Siempre aprendiendo cosas.















Una mina de cobre que hay casi en la misma ciudad, genera un volumen ingente de tráfico de camiones que parecen grandes elefantes adelantados por todas partes por pequeños animalillos que son los demás vehículos. Debo admitir que nunca había visto un camión de estas dimensiones tan cerca como lo he podido ver algunos días (en marcha por supuesto) desde mi privilegiado puesto montada en un Dubay.





Y aquí quería yo llegar: al Dubay, la estrella de los transportes.


El Dubay, la estrella de los transportes













Es un vehículo o furgoneta, cuya procedencia la mayoría de las veces es de esa ciudad, de ahí su nombre. No podría aventurarme a decir de qué marca son pues, si alguna vez la tuvieron, ya no queda constancia por ninguna parte. Al llegar aquí recién comprados empieza todo un proceso de “tuneo” para adaptarlos a lo que será su objetivo: el transporte de personas; estas personas pueden ir acompañadas de alimentos, utensilios domésticos, cajas de pollitos o de pescados congelados, gallos,…


Detalle del interior
Para tunear convenientemente un dubay, lo primero que hay que hacer es quitarle los asientos de fábrica, pues ocupan demasiado y en su lugar se colocan dos filas de banquitos estrechos con un tablón como asiento. En la parte de atrás se colocan similares banquillos a ambos lados, todo lo cual permite alojar a unos dieciocho o veinte pasajeros más el conductor, más un amable cobrador que además se encarga de abrir la puerta a los que van bajando, de hacer las indicaciones oportunas al conductor en determinadas maniobras que así lo requieran como adelantar, dar marcha atrás,…

Si te toca montar en el primer banco, las rodillas descansan sobre el motor, con el consiguiente calorcito añadido; si es en el banco de atrás, entonces las rótulas se clavan en el de delante y los de la parte posterior ya te permiten poner los pies sobre la rueda de repuesto a modo de escabel o entretenerte con los diversos  elementos que los pasajeros transportan y que ya he mencionado más arriba. Pero sin duda el lugar más privilegiado es junto al conductor pues te permite constatar desde un sitio privilegiado todos los detalles de la conducción de la ciudad, ver como esquivan los peatones, cómo estos saltan para no ser atropellados, cómo se acelera en un cruce, cómo se adelanta por la derecha, cómo se zigzaguea para alcanzar menos baches, en fin, te permite hacer un estudio de cómo las leyes de la física aquí no funcionan y cómo se crean espacios donde no los hay como si de un universo en expansión se tratara, convirtiendo una carreterita estrecha en una vía de tres o más carriles. O también cómo para evitar un atasco, de pronto aparecen vías de escape donde no te habías dado ni cuenta de que podía haber un camino transitable. ¡Toda una experiencia!

Viajar en estos vehículos es toda una aventura pero he de confesar que me gusta porque me hace sumergirme de lleno en la vida de los congoleños y observar muchas situaciones que nunca habría podido sentir si no hubiéramos usado este medio de transporte tan peculiar. Como turista nunca habría sentido la cercanía de la gente; todos se extrañan de ver a unas mujeres blancas montadas en sus dubays y les resulta divertido; a veces sus manifestaciones son casi aspavientos y llegan a resultar incómodos pero creo que ellos se están acostumbrando cada mañana a vernos a nosotras igual que nosotras a ellos.

El precio además es muy asequible para ellos; cada tramo vale entre 200 y 300 francos congoleños, lo que equivale a 20 o 30 céntimos de euro. Aunque en tiempo de lluvias o cuando el tráfico es muy denso, el precio puede subir hasta los 500 francos.

Todo tipo de negocios se despliega en nuestro recorrido
Para ir a la maternidad, como decía más arriba, cada mañana cogemos a la puerta de la pequeña capilla de los jesuitas el primero de ellos, que nos deja en una parada intermedia en la que siempre hay un tumulto de personas y coches; ahí nos bajamos y como las calles son a veces una carrera de obstáculos y las aceras apenas existen, casi no podemos alzar la vista del suelo, vamos caminando Adriana y yo, siempre guiadas por Midi hasta otra parada en la que tomamos el segundo. Nos bajamos de este al final de su recorrido, descendemos y entonces emprendemos un largo camino a pie hasta la maternidad; ese recorrido está plagado de coches, personas, pequeños negocios, puestos de venta de tarjetas de móviles, gasolineras ambulantes, pollos que corren entre las piernas de las personas y que beben agua en los regueros que hay por todas partes, talleres mecánicos con coches desmontados en mitad de la calle y mecánicos a los que solo se les ven asomar las piernas, herreros que hacen sus soldaduras originando fuegos artificiales a nivel del suelo con sus chispas, niños que venden refrescos, peluquerías al aire libre, puestos de frutas y verduras que nunca antes había visto, tenderetes de zapatos y ropa de segunda mano, mesas con discos de música, zapateros arreglando calzados, barbacoas improvisadas sobre un bidón, mujeres con su género para vender sobre la cabeza y sus bebés a la espalda, trapos tendidos en el suelo con montoncitos de caramelos, limpiabotas, altavoces con música de todo tipo, o bien grabaciones de voces que atraen adeptos a sus sectas (aquí hay muchas de ellas),…
Todo ello conforma un hervidero de vida que no se parece a nada que yo hubiese visto o escuchado antes pero que entra por todos los sentidos y te llena de luz, de color, de olores, de sonidos, y, presidiendo todo esto, un fino polvo rojo que es la tierra del Congo en la época seca, que penetra por todas partes, que se respira, se parpadea, se palpa y se mastica.










































Todo este mundo se despliega ante nosotras cada mañana y es la antesala de nuestra llegada a la maternidad, donde un mundo completamente nuevo espera cada día para ser descubierto, para ser disfrutado y para ser sufrido, para hacerme sonreír y alzar la vista al cielo pero, también, muchas veces, para hacerme llorar.

4 comentarios:

  1. Tus comentarios como a mi me hacen llorar,es incomprensible,que en el siglo que estamos,existan países en tan lamentables condiciones,aunque los vemos en la tele,y los escuchamos en los medios de comunicación.no es como tu lo estas viviendo,esos peldaños te están costando trabajo subirlos,animo y cuídate,muchos besos de Marieta.

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  2. Hola hermanita. Que control de población más inexacto, yo pienso que en parte debe ser porque el estado ayuda entre poco y nada a las familias. Aquí si no hubiese subsidios, no tengo muy claro que toda la población estuviese censada.
    Deben los conductores tener una pericia importante, si de por sí es difícil conducir con un trafico denso, me imagino que con el volante en el lado contrario, ha de ser una odisea. No me extraña que hayan colocado un robot para la gestión de tráfico, dudo mucho que ese ofreciesen agentes de forma voluntaria para poner orden en el caos.
    El Dubay me suena como sacado de una película de Berlanga, Debe ser toda una experiencia, no solo viajar, sino también conducirlo. Nos quejamos aquí porque en la ITV nos hacen volver porque hay una luz fundida, porque el nivel de aceite no es el adecuado... me imagino que no hay un organismo similar por allí, y si lo hay, no creo que los controles sean muy exhaustivos. Me queda el consuelo de que es un transporte económico (siempre que no sea invierno).
    Menudo mercado de gente y objetos, debe ser como un mercadillo ambulante de negocios fijos, pero más concentrado de lo normal. eso de dividir las calles en profesiones, pasó de lejos con estas gentes.
    Se fuerte hermana, una maternidad, y más en un país como en el que estás, no debe un lugar aséptico para los sentimientos.

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  3. Sube fotos si puede, no me llega la imaginación a ver el mercado, el Dubay, y menos aun el tráfico de la ciudad.

    Un abrazo, cuídate

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  4. ¡Que barbarité! ;-) para que luego Fdo. Alonso presuma de la carrera de ayer y de su segundo puesto en el podium. ¡Esto sí que es sortear el peligro! y no cada dos o tres semanas sino ... ¡a diario!. Josefina, nos dejas boqui-abiertos con la versatilidad de esos curiosos "dubay", aunque lo que aun me molesta en los ojos es el NEÓN de los grandes "rótulos luminosos" que podemos observar en tu fotos (farmacia y otras tiendas).
    Toda una experiencia esta de desplazarse por Lubumbasi. Para los que creíamos que en cuanto a tráfico y adrenalina ya lo habíamos vivido todo montando en TAXI en Estambul veo que estoy muy equivocado, ¡esto es con creces mucho más fuerte!. Un abrazo desde Matalascañas!

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