!Aquí estoy de nuevo! Después de salir de Linares el día dos, dos
estaciones de tren, cuatro aeropuertos y por fin, el día cuatro a primera hora de la tarde llegué a mi destino final en la ciudad congoleña de Lubumbashi que
será mi hogar y el vuestro las próximas cinco semanas.
El viaje es largo, tres aviones y unas cuantas horas de espera en los
aeropuertos de Madrid, Roma y Addis Ababa (Etiopía) pero la ilusión por llegar
aquí era tan grande que nada hacía mella en nuestro ánimo, y digo nuestro pues,
aunque yo hable en singular, este viaje no voy sola: Adriana me acompaña y está
resultando una excelente compañera de viaje, somos un equipo de dos muy bien
avenido.
Llegando a Lubumbashi |
La llegada a Lubumbashi fue
espectacular: nos habíamos sumergido de pleno, a golpe de avión en un país
completamente distinto del nuestro. El aeropuerto era un caos aparente:
personas de aquí para allá, gritando y desplazándose con prisa, sabiendo cada
una de ellas adónde se dirigía y nosotras en ese caos, caminando absolutamente
resueltas en la dirección del resto de los viajeros. Entramos en lo que era una
pequeña habitación con dos colas de personas que se empujaban unas a otras;
estando allí se acercó un señor muy alto que hablaba en francés y nos pedía que
lo acompañáramos y nosotras, por supuesto ni caso ¿Cómo íbamos a fiarnos de
nadie? Él insistía y ya empezamos a prestarle un poco de atención pero en
absoluto nos íbamos a ir con un desconocido; tal fue era nuestra terquedad que
él cogió su teléfono, llamó a alguien y nos lo pasó: al otro lado una voz de
mujer medio en francés medio en español decía que estuviéramos tranquilas, que
lo siguiéramos sin temor y así lo hicimos pero aún con cierto recelo; entonces
nos saltamos todos los controles y entramos por un hueco donde otros militares
nos pedían el pasaporte a lo que este señor se negó. Más adelante nos lo
volvieron a pedir y él ya asintió pero aún así yo lo tenía cogido como si en
ello me fuera la vida; ante su insistencia tuve que claudicar y soltarlo y ahí
se quedó mi pasaporte, desamparado y huérfano.
Nos saltamos varios controles
más, nos pidió los resguardos de las tarjetas de embarque para recuperar las
maletas y nos dijo que saliéramos del aeropuerto. Cuando ya veíamos la puerta,
la imagen familiar de Jacky me consoló de repente, pero antes de llegar a ella,
Emilia (la otra Sierva que había venido a buscarnos en la que yo apenas había
reparado) me salió al paso y me dio un abrazo. Entonces supe que de verdad
estábamos seguras, nos explicó rápidamente que el señor que nos había recogido
era una autoridad del aeropuerto y que había impedido que tuviéramos que pasar
controles exhaustivos y que nos abrieran las maletas sólo por el hecho de
ser extranjeras y blancas. Le pedí mis
disculpas con la mayor batería de frases de excusas en francés que pude
desplegar al señor que nos había rescatado del “caos aeroportuario” pero me
parecieron insuficientes dada la resistencia activa que le habíamos planteado y
lo mucho que había supuesto su ayuda.
Quedamos en la puerta esperando nuestras
maletas y nuestro pasaporte que tardaron bastante en salir pero que al fin
aparecieron; no teníamos muy claro que llegaran pues desde que las embarcamos
en Madrid habíamos tomado tres aviones pero ellas, fieles, nos habían seguido
en nuestro periplo hasta Lubumbashi.
Mientras esperábamos en la puerta observaba una cantidad de personas
que iban de aquí para allá, ataviadas con sus trajes típicos pero todos
confeccionados con la misma tela colorida y con la estampación de la cara de un
religioso que más tarde retomaré pues nuestra llegada coincidió con la suya y
desde entonces nuestros caminos se han cruzado más veces.
Una vez finalizados los trámites, llegamos hasta la camioneta de la
Siervas allí subimos y nos acomodamos en el asiento delantero; un olor acre,
fuerte, extraño a mi olfato fue la carta de presentación de Firmán, el chófer, quien
nos condujo hasta la que será mi casa durante las próximas cinco semanas. Por
el camino observaba con los ojos abiertos como platos el recorrido. Todo el
camino estuvo salpicado de personas que caminaban por todos los lados y en
todos los sentidos, que se cruzaban sin recato entre el denso y desordenado
tráfico. El colorido de los trajes de las mujeres destacaba por todas partes,
rojos llameantes y amarillos luminosos, contrastando con el color de la piel
que va desde el negro más profundo hasta un precioso color sugerente de
chocolate. Los hombres curiosos pero altivos; las mujeres elegantes, caminando
derechas como velas llevando muchas de ellas sobre sus cabezas un recipiente
plateado de acero inoxidable lleno de frutas, sobre todo plátanos. Los niños
como en todas partes: alegres, juguetones y curiosos, alzando la vista por un
instante al paso de los coches pero volviendo rápidamente a sus juegos,
carentes de juguetes pero ricos en imaginación.
Con nuestras estupendas anfitrionas: Jacky, Midiala, Ana y Teresa |
Así llegamos a casa donde nos esperaban Teresa y Ana y donde más tarde
se incorporó Midi. La casa es internacional: dos españolas, una peruana, una
congoleña y una cubana con la riqueza de matices que las distintas
nacionalidades dan a la convivencia. La casa preciosa, cuidada, limpia y
resplandeciente, resguardada tras unos muros con alambre de espino (“confía en
Dios pero ata tu camello”).
Llevo aquí menos de tres días y ya tengo muchas cosas más que contaros,
pero el tiempo es limitado pues no hemos parado ni un momento. Los dos primeros
días han estado llenos de acontecimientos que contaré a la mayor brevedad
posible. Pero ahora voy a dormir; aquí en el Congo la noche llega a las seis de
la tarde, la temperatura baja y hay que reponer fuerzas para exprimir cada día
al máximo.
Hola seño , como no podía ser de otra manera, ya me has dejado con la boca abierta y la intriga en el cuerpo . Vaya comienzo de aventura EH! Pero ahora ya estáis ahí rodeadas de la valla de espino, seguras. Así que a disfrutar de todo lo que os depare el Congo y yo aquí esperaré tu próximo relato. Cuidate mucho y un beso desde Linares.
ResponderEliminarHola hermanita, nos dejaste en un Madrid lluvioso y has saltado de aeropuerto en aeropuerto, de país en país, de cultura en cultura, hasta llegar a Ababa. No quiero ni imaginarme la sensación que supone dejar la pasarela segura del avión y pisar el suelo de un aeropuerto en un país extraño como Etiopía. A mi se me hubiera quedado la misma cara que a Paco Martinez Soria, en la "ciudad no es para mi".
ResponderEliminarMe gustaría haber visto la cara del hombre que os pedía que le acompañaseis cuando le dijisteis que no tan resolutiva y decidida, y la sensación de intranquilidad cuando te deshiciste del pasaporte.También me hubiera gustado ver a Emilia cuando se te acerca y te da la bienvenida, esa sensación de sosiego de estar as salvo.
Los colores y el bullicio de las ciudades desde la furgoneta del señor Firmán, aqui sencillamente no existen, todo más ordenado y gris, y aunque vive gente de color café, caramelo, ébano ... se han europeizado. Creo que no estamos preparados para tanto color.
Da un abrazo a Teresa, Ana y Midi de mi parte, aquí cuando nos juntamos más de dos nacionalidades es para discutir o para jugar al fútbol. Disfruta de cada momento, y no te preocupes, tenemos la suerte de poder escucharte a la vuelta y tienes que aprovechar, aunque Cinco Semanas en África le dio a Julio Verne para una novela de viaje en globo.
Un abrazo muy fuerte hermanita.
Me alegra que el viaje haya ido bien. Ya me había asomado por aquí y he llegado hasta pensar que no tenías Internet. Has hecho un dibujo precioso y colorido de la gente, calles y carreteras, evitándonos el calor y todo eso. Leyéndote comprendo mejor tu decisión que cuando nos la comunicaste en Linares.Seguro que estás conociendo a mucha gente que merece la pena,a la que aportarás mucho y viceversa. Desde aquí estoy contigo. Un abrazo
ResponderEliminarBueno... pues empezamos a disfrutar con tus crónicas y tú a ir con los ojos y los oídos muy abiertos, porque el paisaje y la gente merecerán la pena. Nosotros aquí, para que descargues en este blog tus alegrias y tus cansancios. No es mucho trabajo el nuestro, verdad? Sobre todo porque lo hacemos desde la comodidad de nuestro sofá. Un abrazo. Nati.
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