domingo, 17 de agosto de 2014

Gracias

Aunque se han quedado muchas cosas en el tintero, que rondan mi cabeza y mi corazón, el tiempo se ha acabado y las dificultades técnicas, unidos al trabajo y a la consecuente falta de tiempo, han impedido que os pueda contar aquí muchas más de esas cosas que quedan aún guardadas en mi interior, pero tal y como prometí tengo pendiente enseñaros algunos videos que a buen seguro, os gustarán.
Pero ahora ha llegado el momento de daros las GRACIAS
Midi buscando la mejor manera
de emplear el dinero
Gracias por haberme seguido, por haber vivido como propio lo que yo os iba contando, por haber abierto esta ventana a través de la cual yo he intentado que mis ojos, mis oídos, mi olfato, mi piel y mi corazón fueran los vuestros.
Gracias a los que me habéis mandado vuestros comentarios y a los no lo habéis hecho, pero me consta que habéis estado junto a mí en este sueño compartido.
Y ahora también quiero dar un GRACIAS enorme a los amigos y familiares que quisisteis confiar en mí aportando vuestro grano de arena en forma de dinero sin más encargo de que lo gastara según mi criterio y con la plena confianza de que llegaría y se emplearía allí donde más se necesitara.











Según habréis comprendido a estas alturas, el lugar con más carencias materiales, aún siendo un espacio digno en su entorno, es la Maternidad de Sainte Bernardette, de modo que cuando faltaban un par de semanas para mi vuelta, le dije a Midi que pensara qué necesitaba pues contábamos con 650 dólares para ello.
Lubumbashi es una ciudad muy grande, por tanto se puede encontrar casi de todo, siempre que se pueda pagar y ese es un verdadero problema porque las cosas tienen que llegar desde fuera y eso incrementa los precios de una forma indecente.
Feliz con el "Ambu"
Pues allá que nos fuimos de compras para la maternidad; después de mucho pensar,  se compró un "Ambu", que es una máscara que se utiliza para ayudar a respirar a una persona, y en este caso su utilidad es primordial en los nacimientos pues cuando el niño no respira por sí mismo, esta máscara le suministra el oxígeno que le puede salvar la vida (su precio superó los 300 $). También se compró un aparato para dar aerosoles pues según decía Midi, a veces acuden bebés que tienen problemas respiratorios  y esto le permitiría ayudarlos (129 $); dos termómetros; una bolsa de agua caliente de las de toda la vida porque cuando un niño necesita calorcito le ponían botellas con agua y dos "calentadores" de agua, consistentes en una resistencia que se introduce en un cubo para tener agua con la que lavar a los niños.
El dinero restante -que no era mucho-, le pedí a Midi que se lo quedara, pues en este tiempo hemos visto que a veces llegan madres o niños que necesitan un medicamento y no tienen ni para comprarlo y ella tiene que soportar el dolor y la tristeza de no poder ayudarlos. Mientras dure este dinero, aunque no sea mucho, podrán proporcionarse algunos medicamentos a quienes no pueden pagárselos.


Vuestro granito de arena



Felices con nuestra compra




















No quiero que se me pase comentar que en el barrio de la Katuba, las siervas tienen un Taller de Costura donde ahora mismo dan trabajo a dos chicas, a las que se ha formado para que puedan ganar un sueldo cosiendo.
Para darles un poco de trabajito y que se ganaran un dinero, les encargué un traje congoleño para mí y al probármelo pude comprobar que no había espejo donde mirarse; Lola me llevó a una habitación y me pidió que me subiera en una silla para poder verme el traje en uno pequeño que hay sobre un lavabo. Por tanto, ante tal precariedad le pregunté cuánto valía un espejo grande para que lo pudieran colocar en el taller y que los clientes se vieran con facilidad. Con 50 dólares Lola ya podrá comprar ese espejo, también gracias a vosotros.


   Por todo esto os reitero las gracias y espero no haber defraudado la confianza que pusisteis en mí cuando me disteis el dinero. Tenéis que saber que pensaba en cadas uno de vosotros cuando hicimos estas compras.
  Os sigo emplazando en este lugar para completar y "cerrar" este blog en los próximos días

lunes, 4 de agosto de 2014

Sainte Elisabeth y campamento de Kambikila


En un país como este, la religiosidad está a flor de piel y se vive intensamente. Por tanto, muchas son las actividades que se realizan en torno a la parroquia a la que pertenece cada vecino. Mi casa durante este tiempo está en la Avenida Kashowe, que pertenece a la iglesia de Sainte Elisabeth. Con el párroco, “père Toussaint”, habían hablado ya antes de nuestra llegada para avisarle de que llegábamos como voluntarias, de modo que ya nos había encontrado ocupación. Por tanto, aunque no lo he mencionado hasta ahora, hemos compaginado nuestra labor en la maternidad con la de la parroquia, aunque a veces eso nos ha supuesto estar todo el día ocupadísimas, entre una y otra cosa y los desplazamientos correspondientes en dubay que ya conocéis.

Misa en Sainte Elisabeth con bailes de los acólitos
Para colaborar allí lo primero que hizo el padre fue pedirnos que asistiéramos un domingo a todas las misas, pues esa era la forma de que nos conociera toda la comunidad. Teniendo en cuenta que la primera misa es a las seis y media de la mañana y que cada una dura alrededor de tres horas, hicimos una pequeña “trampa” y nos las apañamos para llegar una vez  empezadas y estar allí al final de cada una de ellas. Cuando acaban cada una de las misas hay un momento en el que se notifican las actividades relacionadas con la parroquia. Es en ese momento en el que nos presentaban, y allí íbamos Adriana y yo, recorriendo el pasillo central de la iglesia, como unas “modelos” bajo la mirada atenta de una concurrencia que en todos los casos llenaba el templo hasta la bandera.

Eso hizo que mucha gente nos conociera de modo que a estas alturas vamos por la calle, y son muchos los que nos saludan. Eso supone una satisfacción tremenda pues, caminar por Lubumbashi e ir saludando a las personas que amablemente se dirigen a nosotras, es una inyección de fuerza.

Además de las misas, enfrente de la iglesia hay un conjunto de edificaciones donde los jóvenes y niños se reúnen para hacer distintas actividades. Fuimos a conocer todo eso y a comprobar de primera mano la labor de la parroquia. Al pasear por allí, lo que más me sorprendió fue el sonido. Tal y como dije al principio la religiosidad está a flor de piel en este pueblo y esa religiosidad está siempre íntimamente ligada a la música. Pues bien, hay muchos grupos corales divididos normalmente por edades y cada grupo participa en una misa en concreto. El paseo por esas aulas es impresionante pues de cada una salen sonidos tales que, la primera vez que se llega aquí hacen sospechar que son grabaciones de profesionales, pero cuando entras en cada una de ellas compruebas que son el producto de unas gargantas privilegiadas y de unas almas que viven la música como nunca antes yo había visto.

En ese lugar con una banda sonora tan especial, hemos puesto nuestro granito de arena. Por las mañanas hemos asistido a juegos de niños dirigidos por monitores que conocen muy bien su trabajo. Hemos jugado con ellos e intentado seguir a veces su ritmo porque (aquí también) todos sus juegos tienen música de tambores de fondo, y ¡Cómo no!: Bailes. Cuando regrese prometo hacer un apartado en este blog de videos porque así podréis comprobar de primera mano de qué os hablo, pero aquí la tecnología no me permite subirlos.

Preparados para ir al campamento, el autobús tiene
que llevar muchos niños y se acomodan como pueden
Por las tardes las actividades estaban reservadas a los jóvenes y allí hemos disfrutado enseñando algo de inglés y comprobado que les interesaba más aprender español, con lo que nuestras clases se convirtieron en trilingües, con el francés, el inglés y el español. No sin recurrir de vez en cuando al swahili.

Pero además de esto, se nos invitó a un campamento que se organizaba con los niños que podían pagar los doce mil quinientos francos congoleses (unos diez u once euros) que costaba la estancia de una semana en los terrenos de un seminario a unos quince o veinte kilómetros de Lubumbashi (casi una hora de camino).

Allí hemos compartido a tiempo completo una semana con 210 niños y otras 40 personas entre monitores, ayudantes, encargados de la comida,…





Dormitorio de las niñas
















El día empezaba a las 5 para los monitores que tenían que calentar, encendiendo el fuego, en un bidón el agua necesaria para lavar a todos los niños. Había duchas aunque no agua corriente pero estos niños están acostumbrados a trasegar con cubos de agua para todo lo necesario. Las duchas por la mañana tenían un ambiente especial: a las siete se levantaban los niños y empezaba el aseo de la mañana: con un cubo y un vaso grande se iban lavando, en unas duchas abiertas sin puertas ni cristales en las ventanas, con el frío de la mañana, el vapor se desprendía de los cubos y de la piel de los niños: una piel brillante y suave, con un color precioso; cada niño llevaba su guante de toalla, su jabón y loción hidratante: me sorprendió el cuidado que dedican a su piel y entendí el aspecto tan saludable y tan brillante que lucen la mayoría de ellos, aunque el polvo rojo del Congo (y los juegos de niños) no permite mantener durante mucho tiempo ese brillo de recién lavados.
Los monitores calientan el agua para el baño

Todo el día había actividades, juegos, paseos, comida, y misa (no en vano es un campamento organizado por la parroquia)

La estancia en este lugar ha sido para mí otro regalo pues me ha permitido asistir como espectadora a las vidas, a las costumbres, a los juegos de estos niños. Pero sin duda el mayor regalo ha sido sentir su proximidad y su cariño, que entregan sin medida ni límites: sus abrazos, su curiosidad por mi piel y sobre todo por mi cabello: nunca me habían acariciado el pelo tanto como estos días. Unos más que otros, pero todos se han acercado y me han regalado sus sonrisas que son espectaculares. Brillantes, desinteresadas, sinceras y cálidas.

Mi pequeña Julia




















Aquí tengo que hacer mención especial a la pequeña Julia, que ha sido la que más ha buscado mi compañía: el primer día se acurrucó junto a mí y, en mi regazo, empezó a poner su mano junto a la mía y a palpar mi piel; me dijo que éramos diferentes y yo le dije que no, que las dos teníamos dos manos, cinco dedos, dos ojos, dos piernas, dos brazos, entonces le pregunté si ella con sus brazos podía abrazar, y si con sus labios podía besar y sonriendo me abrazó y me respondió que sí, y ella misma entonces me dijo: “¡es verdad, somos iguales!”. No podéis ni imaginar la gratitud y la alegría que sentí por ser tan afortunada y que la vida me hubiera permitido viajar hasta aquí y tener todas estas vivencias tan bonitas.

La semana pasó como todo este tiempo que llevo aquí: rápidamente, casi escapándose entre los dedos como el agua, pero he podido agarrar firmemente algunos momentos, sensaciones y sentimientos que siempre se quedarán en mí como un tesoro.

El domingo emprendimos el regreso: mientras los monitores recogían absolutamente todo (colchones, sillas, mesas, congelador, recipientes, cacerolas, estanterías,…) pude comprobar el mérito de esos campamentos con el padre Toussaint como principal artífice: llevar absolutamente todo lo necesario para proporcionarles a esos niños una semana de alegría, de juegos, de aprendizajes y de convivencia. Pero también hice un recorrido para comprobar el vacío que quedaba en todos los rincones que hasta ese momento habían sido ocupados por los niños, por sus voces, sus juegos, sus palabras y sus espectaculares sonrisas.

Sin embargo, dentro de mí, resonarán siempre, ocupando para el resto de mi vida un lugar que les corresponderá sólo a ellos.  



Al acabar todo quedó vacío














Los monitores





Las cocineras y el arroz, imprescindible
en la mesa congoleña

Los propios monitores lavan
la ropa de los niños y la ponen a secar
 sobre las mosquiteras




Foto de familia: ¡¡éramos 250!! ¡Busca a Wally!

jueves, 24 de julio de 2014

La Maternité de Sainte Bernardette






Con Midiala en la entrada de la maternidad



Hace ya muchos días contaba que cuando llegué a la maternidad tuve la certeza de que era aquel el lugar donde yo quería dedicar la mayor parte posible de mi tiempo aquí, en el Congo.

Desde ese día han sido muchas las emociones, las alegrías y tristezas vividas entre estas paredes.



Son innumerables las sensaciones que se agolpan en mi interior y, sinceramente, sé que no voy a conseguir encontrar las palabras adecuadas para transmitir, al menos, una pequeña parte de ellas pero lo  intentaré.












Es un lugar donde la vida se abre paso cada día, donde cada mes nacen alrededor de doscientos niños, donde la fortaleza de las madres sólo es superada por las ganas de vivir que tienen los bebés que ven la luz por primera vez en este sitio, abriendo en seguida sus grandes ojos oscuros, asomando su pelo finamente rizado, sus manos blancas de dedos larguísimos y sus cuerpecitos tostados, como si un sol los hubiera estado iluminando aún antes de nacer. Algunos de ellos (los menos) son oscuros como la noche y otros nacen casi blancos, como si la naturaleza se hubiera equivocado y los hubiera puesto en otro lugar, pero su pelo, sus orejas y una coloración especial en la base de las uñas anticipan que ese tono rosado, tan ajeno a estas latitudes, no durará mucho tiempo.


Las "pinzas umbilicales" son sencillas
hebras de lana esterilizadas 
Equipo de iluminacion para casos de apagon, situacion
que se produce con mucha frecuencia

















Hay muchas maternidades en Lubumbashi; en esta cultura patriarcal un buen número de hijos garantiza a los padres una vejez plácida, por tanto, es fácil encontrar mujeres que alrededor de los treinta, están ya dando a luz a su sexto o séptimo hijo.

En el Congo nada, absolutamente NADA es gratis, ni siquiera la educación ni la sanidad. Esta clínica fue construida en torno a la parroquia del mismo nombre por algunos benefactores, cuyos nombres se recuerdan en varias placas de agradecimiento diseminadas por el centro pero cada vez que alguien entra para solicitar y recibir algún tratamiento o consulta, debe pagar por ello.


Las madres que vienen aquí pagan diez dólares por cada día de estancia y, normalmente permanecen en la maternidad tres días después de parir. A la mayoría de ellas les resulta muy difícil pagar esa cantidad y algunas ni siquiera pueden permitírselo.




La primera vez que atravesé estas puertas, la sensación fue de un viaje en el tiempo hacia otras épocas anteriores. Nada se parecía a los hospitales que nosotros tenemos ahora, la falta aparente de higiene, las instalaciones rudimentarias y la aglomeración de mujeres y bebés no resultaba fácil de asimilar y digerir. Pero he de confesar que, a medida que pasan los días mi visión de aquel momento va cambiando radicalmente y, aunque las carencias son impresionantes, me siento afortunada por poder estar en un lugar en el que cada día suceden grandes milagros.

Las protagonistas de estos acontecimientos diarios son siempre las mujeres.

Midi pasando consulta en una de las salas
Por un lado las enfermeras, capacitadas para hacer los partos completamente solas, desde la recepción de la madre, hasta la limpieza de los restos una vez que todo ha terminado; a veces hay hasta cinco nacimientos en un mismo turno laboral y una sola de ellas se encarga de todo, como delata su aspecto cansado cuando llegamos por la mañana. Aquí tengo que pararme y manifestar mi admiración hacia Midiala para mí, guía y estrella de esta maternidad, aunque a ella le guste pasar desapercibida; esa Súper mujer y Súper monja médico cubana de no más de cuarenta kilos y los mismos años, con sus escarpines y sus espejuelos, siempre tarareando una melodía y con su cruz de Sierva de San José asomando sobre su bata, asiste a estos milagros diarios y se maravilla, y se alegra y marcha a casa llorando muchos días por todo lo que en este lugar sucede día a día.


Las otras protagonistas son las madres. Llegan y entran aquí solas, con un bolso en el que traen todo lo necesario para ellas y para sus hijos.

El hatillo de un recién nacido consiste en un trapo para usar de pañal, unas braguitas, una pera para aspirar las secreciones del bebé en el momento del nacimiento y una ropa que, en la inmensa mayoría de los casos, es de otro hermano y tan grande que nos plantea dificultades para poder acomodar un niño tan pequeño en ella. Después una manta para envolverlo. Para ellas otro trapo de empapar, su ropa interior y un paño de tela que se ponen alrededor del cuerpo para ir caminando desde la sala de partos hasta una cama vecina si durante el alumbramiento su vestido se ha manchado mucho.


Todas las camas tienen un colchón fino de poli piel para que no absorba nada y se pueda limpiar con un trapo húmedo; éstas, en las que las mujeres hacen su dilatación y después pasan un rato recuperándose, no tienen sábanas pues no hay lavadora, ni suficiente mano de obra, ni sábanas de repuesto para estar lavando. De hecho, todo lo que se mancha durante el parto: un hule que se pone bajo el cuerpo de la mujer, su propia ropa, su manto, que muchas veces se usa para empapar toda la sangre y los trapitos que ella traía para usar de compresas, que en ocasiones son necesarios para contener hemorragias, todo eso va a un cubo que trae la mujer y que ella misma lava en cuanto se recupera un poco (que puede ser antes de transcurrir dos horas de haber nacido el bebé). Para esto hay un patio donde tienen agua y tendederos. A la maternidad no entra nadie, ni la familia ni el marido; es ella misma la que lo hace todo. Son mujeres valientes. A veces, después de partos difíciles de los que parecía que no se iban a recuperar en mucho tiempo, las he visto no mucho rato después del alumbramiento volver del patio, ya lavadas ellas, con la espalda brillante aún con gotas de agua, envueltas en un paño limpio, con su colada ya hecha.

El resto de la maternidad son cuatro habitaciones: una de ellas enorme, con diez camas y otras tres con cuatro camas en cada una de ellas; todas con sus correspondientes mosquiteras, con solo una sábana y una manta y con una pequeña cuna de hierro a los pies que casi nunca usan pues colocan sus hijos siempre junto a ellas en las camas.

Los recursos son muy escasos; no hay condiciones para hacer cesáreas, de modo que si hay algún caso extremo se deriva la mujer a un hospital. Hay muchos hospitales porque, tal y como me decían, aquí son un buen negocio.
Equipo de reanimacion en caso de que
el bebé llegue con problemas


Normalmente las mujeres pasan las horas de su dilatación sin apenas ser oídas; las chicas jóvenes con expresiones asustadas pero sin querer hacer ruido; las mujeres experimentadas con aspecto dolorido pero en sus rostros se lee la resignación de quien sabe que este es su sino y que además volverá a pasar por aquí en más ocasiones.

Si el tiempo lo permite, me gusta colocarme a su lado y darles la mano, ayudarles a usar la respiración para aliviar el dolor de las contracciones, intentar preguntarles cosas para distraerlas un poco; ellas murmuran la mayoría de las veces, palabras en swahili que no llego a entender. Parece que ni se dan cuenta de que estoy allí pero cuando intento alejarme me aprietan la mano: Ne partez pas, s’il vous plait! Y Yo les hago caso y me quedo a su lado.

A veces Adriana y yo llegamos cuando la mujer va a dar a luz porque nos llaman si estamos lavando a los niños y haciéndoles la cura del cordón que es algo que hacemos todos los días que vamos a la maternidad, entonces somos testigos activas del milagro de la vida.

Despiertos al mundo
El primer parto que presenciamos las dos juntas fue muy difícil: una chica joven primípara llevaba allí más de dos días, dolorida no hacía más que repetir: “Je suis fatiguée. Aidez-moi”. Así era, estaba agotada y no podía más, de manera que no había forma de que el niño, que a esas alturas ya estaba sufriendo, saliera sin ayuda; Midi pidió que llamaran a John, un enfermero fornido, para empujar en el vientre de la madre pero no llegó, de forma que como éramos las únicas que estábamos allí nos dijo como hacerlo y Adriana y yo empujamos con todas nuestras fuerzas, que fueron muchas porque el bebé empezó a avanzar y por fin, nació. Pero no respiraba; rápidamente se llevó a una mesa de chapa donde se preparan cuando nacen. Todo lo que había allí era un aparato manual para insuflar aire y alcohol: Midi echaba alcohol en la cara del niño y este abría unos ojos inmensos pero en seguida los cerraba; con todo esto y un masaje cardíaco empezó a dar señales de vida pero no tenía fuerzas ni para llorar. El alcohol que hay aquí tiene un olor un poco diferente del nuestro: cada vez que lo huelo no puedo evitar volver a ver esos ojos inmensos que se abrían como un resorte pero sin vida propia y ese cuerpecito que luchábamos por reanimar. Afortunadamente el bebé salió adelante, no se movía mucho pero respiraba. Lo abrigamos muy bien y Adriana lo llevó a la cama de la madre, sin dejar de mirarlo y despertándolo continuamente para que no se olvidase de respirar. Al día siguiente nos dijeron que el bebé no había dejado de llorar en toda la noche. La madre no tenía leche y aquí, cuando sucede eso, no hay ningún sustituto: ni leche fresca, ni manzanilla, ni nada. Midi le dio un poco suero glucosado con una jeringuilla pero no podíamos hacer nada más. Es terrible encontrarse en una situación así, sabiendo lo afortunados que somos en nuestra sociedad en la que cualquier bebé ve la luz en un lugar acogedor donde no le va a faltar un biberón ni un medicamento vital. Aquí, si la madre o el niño necesitan algún medicamento, lo tienen que comprar ellas; su comida, la tienen que traer ellas, su ropa y la del bebé, el jabón para lavarlos,…todo. Y quiero que por encima de todo esto quede claro que la maternidad es un lugar privilegiado donde se sienten protegidas y de donde se van siempre dando las gracias.  

He contado este parto como ejemplo; pensamos que la madre estaría dolorida tras un parto tan difícil, con la presión que hicimos sobre su vientre para que saliera el niño, que le costaría trabajo recuperarse, que el bebé tenía pocas posibilidades,….pero el día después la chica se paseaba por los pasillos con soltura, y tres días más tarde la leche llegó y el bebé empezó a tomar fuerza, de modo que ambos se fueron de allí como si no hubieran sucedido todos los acontecimientos que he relatado. Esto sucede cada día: madres con hemorragias tremendas, chicas que llegan al borde del desmayo, con una vía que le han colocado en algún hospital o maternidad cercanos y que no ha dado resultado, niños débiles que parece que no van a sobrevivir,….y todos salen adelante. El prodigio de la vida se abre camino cada día en la maternidad de Sainte Bernardette y yo he tenido la suerte de ser testigo de estos acontecimientos.




En cuanto el niño sale, la madre nos da las gracias, con un agradecimiento humilde y sincero y nos bendice por nuestra ayuda y esos momentos son impagables, un regalo que atesoraré siempre dentro de mí.






Esos rostros de mujeres un tanto desaliñadas pero de sincero agradecimiento son un motivo más que sobrado para estar satisfecha por haber llegado hasta aquí, hasta esta parte de África que no aparece en los documentales pero que se quedará en mi corazón para siempre.




miércoles, 23 de julio de 2014

Desplazarse por Lubumbashi


Lubumbashi tiene “oficialmente” un millón y medio de habitantes pero no hay forma de saber cuál es la cifra exacta porque según he oído  en la maternidad, muchos padres no inscriben a sus hijos en ningún registro; la escolarización no es obligatoria, así que es difícil controlar el número de habitantes reales que hay. A esto se suma que los congoleños no tienen documento de identidad; por increíble que nos pueda parecer, el único documento acreditativo es una tarjeta de elector que se expide cada vez que hay elecciones para reelegir (por supuesto) a Kabila.





Por tanto la cuidad es una amalgama de vehículos y personas que parecen estar continuamente desplazándose de un lado a otro, ya sea a pie, en bicicleta, en coche, en moto, en camión,…














Cada día nos tenemos que desplazar al barrio de la Katuba Upemba para ir a la maternidad, de modo que antes de las siete de la mañana nos sumergimos de lleno en ese caos circulatorio.


Algunos vehiculos necesitan una pequena revision

Para empezar, reseñaré que aquí se conduce como en Europa, por la derecha pero (y ya empezamos mal) la mayoría de los coches tienen el volante también a la derecha porque se compran a países que los fabrican para conducir por la izquierda. Vamos, que el conductor para adelantar tiene que asomarse completamente al centro de la carretera o fiarse de lo que su ayudante (que en los transportes públicos lleva más de medio cuerpo fuera del vehículo) le vaya indicando ya sea con gritos o dando palmadas en el techo del vehículo, que suenan como una campana de lata.



Por otra parte tengo que añadir que hay dos cruces con semáforos en el largo recorrido de cada día, pero deben ser para darles un toque de color a las calles porque todos hacen caso omiso, de manera que cuando está rojo no hay que detenerse así como así por si los de atrás no consideran que hay que pararse por esa tontería de nada y se estampan contra nosotros. Y cuando está verde, evidentemente tampoco porque, por muy religioso que sea este pueblo, hay que tener ya un exceso de fe para pensar que los que vienen del otro lado se van a parar por una insignificancia tal como un semáforo en rojo. Pero eso sí, en el centro de la ciudad han colocado un robot que regula el tráfico que, -serán cosas de la novedad-, parece que da resultado y además entretiene con sus movimientos a todos los que pasan por allí.

Robot regulador del tràfico en
el centro de Lubumbashi
Aparte de eso, las señales de tráfico aquí deben estar aún por descubrir pues sólo he visto un par de stops y de cedas el paso. El stop congoleño es un tanto especial pues, a juzgar por lo que he podido comprobar de primerísima mano, consiste en llegar al cruce y acelerar al mismo tiempo que se toca el claxon. Siempre aprendiendo cosas.















Una mina de cobre que hay casi en la misma ciudad, genera un volumen ingente de tráfico de camiones que parecen grandes elefantes adelantados por todas partes por pequeños animalillos que son los demás vehículos. Debo admitir que nunca había visto un camión de estas dimensiones tan cerca como lo he podido ver algunos días (en marcha por supuesto) desde mi privilegiado puesto montada en un Dubay.





Y aquí quería yo llegar: al Dubay, la estrella de los transportes.


El Dubay, la estrella de los transportes













Es un vehículo o furgoneta, cuya procedencia la mayoría de las veces es de esa ciudad, de ahí su nombre. No podría aventurarme a decir de qué marca son pues, si alguna vez la tuvieron, ya no queda constancia por ninguna parte. Al llegar aquí recién comprados empieza todo un proceso de “tuneo” para adaptarlos a lo que será su objetivo: el transporte de personas; estas personas pueden ir acompañadas de alimentos, utensilios domésticos, cajas de pollitos o de pescados congelados, gallos,…


Detalle del interior
Para tunear convenientemente un dubay, lo primero que hay que hacer es quitarle los asientos de fábrica, pues ocupan demasiado y en su lugar se colocan dos filas de banquitos estrechos con un tablón como asiento. En la parte de atrás se colocan similares banquillos a ambos lados, todo lo cual permite alojar a unos dieciocho o veinte pasajeros más el conductor, más un amable cobrador que además se encarga de abrir la puerta a los que van bajando, de hacer las indicaciones oportunas al conductor en determinadas maniobras que así lo requieran como adelantar, dar marcha atrás,…

Si te toca montar en el primer banco, las rodillas descansan sobre el motor, con el consiguiente calorcito añadido; si es en el banco de atrás, entonces las rótulas se clavan en el de delante y los de la parte posterior ya te permiten poner los pies sobre la rueda de repuesto a modo de escabel o entretenerte con los diversos  elementos que los pasajeros transportan y que ya he mencionado más arriba. Pero sin duda el lugar más privilegiado es junto al conductor pues te permite constatar desde un sitio privilegiado todos los detalles de la conducción de la ciudad, ver como esquivan los peatones, cómo estos saltan para no ser atropellados, cómo se acelera en un cruce, cómo se adelanta por la derecha, cómo se zigzaguea para alcanzar menos baches, en fin, te permite hacer un estudio de cómo las leyes de la física aquí no funcionan y cómo se crean espacios donde no los hay como si de un universo en expansión se tratara, convirtiendo una carreterita estrecha en una vía de tres o más carriles. O también cómo para evitar un atasco, de pronto aparecen vías de escape donde no te habías dado ni cuenta de que podía haber un camino transitable. ¡Toda una experiencia!

Viajar en estos vehículos es toda una aventura pero he de confesar que me gusta porque me hace sumergirme de lleno en la vida de los congoleños y observar muchas situaciones que nunca habría podido sentir si no hubiéramos usado este medio de transporte tan peculiar. Como turista nunca habría sentido la cercanía de la gente; todos se extrañan de ver a unas mujeres blancas montadas en sus dubays y les resulta divertido; a veces sus manifestaciones son casi aspavientos y llegan a resultar incómodos pero creo que ellos se están acostumbrando cada mañana a vernos a nosotras igual que nosotras a ellos.

El precio además es muy asequible para ellos; cada tramo vale entre 200 y 300 francos congoleños, lo que equivale a 20 o 30 céntimos de euro. Aunque en tiempo de lluvias o cuando el tráfico es muy denso, el precio puede subir hasta los 500 francos.

Todo tipo de negocios se despliega en nuestro recorrido
Para ir a la maternidad, como decía más arriba, cada mañana cogemos a la puerta de la pequeña capilla de los jesuitas el primero de ellos, que nos deja en una parada intermedia en la que siempre hay un tumulto de personas y coches; ahí nos bajamos y como las calles son a veces una carrera de obstáculos y las aceras apenas existen, casi no podemos alzar la vista del suelo, vamos caminando Adriana y yo, siempre guiadas por Midi hasta otra parada en la que tomamos el segundo. Nos bajamos de este al final de su recorrido, descendemos y entonces emprendemos un largo camino a pie hasta la maternidad; ese recorrido está plagado de coches, personas, pequeños negocios, puestos de venta de tarjetas de móviles, gasolineras ambulantes, pollos que corren entre las piernas de las personas y que beben agua en los regueros que hay por todas partes, talleres mecánicos con coches desmontados en mitad de la calle y mecánicos a los que solo se les ven asomar las piernas, herreros que hacen sus soldaduras originando fuegos artificiales a nivel del suelo con sus chispas, niños que venden refrescos, peluquerías al aire libre, puestos de frutas y verduras que nunca antes había visto, tenderetes de zapatos y ropa de segunda mano, mesas con discos de música, zapateros arreglando calzados, barbacoas improvisadas sobre un bidón, mujeres con su género para vender sobre la cabeza y sus bebés a la espalda, trapos tendidos en el suelo con montoncitos de caramelos, limpiabotas, altavoces con música de todo tipo, o bien grabaciones de voces que atraen adeptos a sus sectas (aquí hay muchas de ellas),…
Todo ello conforma un hervidero de vida que no se parece a nada que yo hubiese visto o escuchado antes pero que entra por todos los sentidos y te llena de luz, de color, de olores, de sonidos, y, presidiendo todo esto, un fino polvo rojo que es la tierra del Congo en la época seca, que penetra por todas partes, que se respira, se parpadea, se palpa y se mastica.










































Todo este mundo se despliega ante nosotras cada mañana y es la antesala de nuestra llegada a la maternidad, donde un mundo completamente nuevo espera cada día para ser descubierto, para ser disfrutado y para ser sufrido, para hacerme sonreír y alzar la vista al cielo pero, también, muchas veces, para hacerme llorar.